Aspirina y transformación estructural

Hace algo más 20 años publiqué un librito titulado El Naufragio, sobre las cosas que había aprendido en 10 años de trabajo en cooperación para el desarrollo rural. En aquella época vivía en Centroamérica, con lo cual sentía los problemas muy de cerca. Es posible que mi visión fuera sesgada, porque conocía lo que pasaba en los proyectos sólo a unos cientos de kilómetros a mi alrededor, y no tenía una visión del resto del mundo.

¿Cómo ha cambiado el sector de la cooperación desde entonces? Entonces había una idea clara de hacia dónde tenía que ir la agricultura, y desesperación porque conociéndola las políticas se habían detenido por la llegada del neoliberalismo en los años ochenta, antes del cual los gobiernos del sur invertían en grandes proyectos, se fomentaba el cooperativismo -con resultados desiguales-, se construían carreteras y se constituían grandes empresas de comercialización estatales, la mayor parte de ellas disfuncionales. Pero existía una idea de lo que eran una política agraria y de dónde se quería llegar.

Para compensar el parón llegaron las ONG en sustitución del Estado, que hicieron de la necesidad virtud. Hace veinte años se esperaba que el mundo mejorara sólo invirtiendo en pequeños proyectos, esperando que la gente saliera de la pobreza ganando algo más de dinero. A esta manera de hacer las cosas la describía en el libro como soluciones-aspirina, y lo comparaba a intentar curar el cáncer con tan humilde medicamento. No hace falta decir que el cáncer necesita tratamientos más fuertes que la aspirina, y también más costosos.

¿Volvieron las políticas agrarias al terminar el neoliberalismo? Apenas. Se instaló un nuevo tipo de soluciones-aspirina, a la que los gobiernos donantes se apuntaron con entusiasmo por ser más baratas. Eran soluciones con una carga simbólica muy grande, como ocurre con las políticas de los gobiernos incapaces de producir cambios en lo económico: le dan a la gente símbolos con los que alegrarse, pero no con los que llenar el estómago.

Algunas ONG y un sector del campesinado se apuntaron a la soberanía alimentaria, que tiene mucho de pensamiento mágico y poco de realidad. Los mercados locales y la agroecología siguieron. Hoy en día, Francia, una gran potencia en desarrollo, se dedica a una difusa transición agroecológica, que consiste sobre todo en micro-proyectos para sustituir insumos químicos por sus alternativas orgánicas, o cavar zanjas a mano en el Sahel con las que se supone que van a promover el desarrollo.

Mientras tanto, la construcción de carreteras secundarias rurales, los proyectos de irrigación y de mecanización y la creación de cooperativas se han abandonado, en parte porque necesitan años para consolidarse o millones de dólares de inversión. Sería hora de que los gobiernos del norte financien en sus presupuestos de cooperación las viejas políticas agrícolas, en las que las aspirinas mencionadas arriba pueden tener su lugar, pero no ocupar todo el espacio.

El problema es que falta esta idea de dónde se quiere llevar la agricultura. Poca gente entiende ya de política agraria, y menos sobre el tamaño del problema. Para lo segundo basta echar un vistazo al artículo de Tavneet Suri y Cristopher Udry en el que se muestra qué retrasada está África en productividad agrícola con respecto al resto del mundo. Esto no se cambia fácilmente.

En los años 70 existía el concepto de “transformación estructural”, en la que se comprendía que las políticas tenían que conseguir que hubiera menos gente en la agricultura, que cobrara más, y que la industrialización absorbiera la mano de obra sobrante en el campo. Hay que sacar gente del campo. Pero la industrialización esperada no ha llegado para hacerlo. Es más, Rodrik y Stiglitz dicen al respecto:  

“Es poco probable que las estrategias [de industrialización] que funcionaron bien en el pasado lo hagan en las próximas décadas. En concreto, las estrategias de crecimiento basadas en la fabricación y la exportación que impulsaron los milagros de desarrollo de Asia Oriental ya no son adecuadas para los países de renta baja de hoy en día; como mínimo, son insuficientes. Las nuevas tecnologías, el desafío climático y la reconfiguración de la globalización exigen un nuevo enfoque para el desarrollo que haga hincapié en dos áreas críticas: la transición ecológica y los servicios que absorben mano de obra.”

Hará falta buscar nuevas soluciones sobre cómo conseguir esta transformación estructural en África teniendo en cuenta estas restricciones. Cavar zanjas a mano no va a conseguirlo. Hay que aumentar los rendimientos, mecanizar, y encontrar una dedicación para la mano de obra que va a sobrar, quizá en servicios ambientales pagados por los países ricos. Pero no se encontrará la solución mientras primero no se plantee el problema, y sobre todo mientras se siga pensando que los apaños que se hacen ahora son la solución.

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