Los biocombustibles contribuyeron a la última crisis alimentaria, pero pueden solucionar la próxima

Entre 2008 y 2012 la producción de biocombustibles (etanol y biodiésel) aumentó tanto y tan rápido que copó gran parte de las cosechas de cereales y aceites, especialmente la de maíz en los EEUU, con lo que fue uno de los factores más importantes en el desencadenamiento de la crisis.

 

Las razones se conocen. La escasez de comida produce una subida del precio muchas veces mayor que el porcentaje faltante. Es decir, si falta un 10% de comida en el mercado, la subida de precios puede ser de un 30 o un 50%. Este hecho lo hicieron notar ya en 1712 los señores King y Davenant, observando el comportamiento del mercado del maíz. Aunque hace tres siglos que sabemos que este fenómeno ocurre, hasta ahora no hemos encontrado una solución.

Esta crisis alimentaria empezó con la COVID, y fue amplificada por la invasión rusa de Ucrania. Entre los dos países exportaban una cuarta parte del trigo del mundo ¿Se puede preparar el sistema alimentario para responder a un faltante de esta magnitud?

Esta vez ha sido la guerra, pero la próxima puede ser una sequía producida por el cambio climático. La producción agrícola es variable por naturaleza: hay años con mucha producción y años con poca, y los precios varían en consecuencia. Durante la crisis del 2008 al 2012, organizaciones del sistema de Naciones Unidas y ONG internacionales propusieron establecer reservas de grano internacionales. Yo también defendí esta postura durante esos años, pero después cambié de opinión.

Las reservas internacionales necesarias para manejar un faltante del 10% de las exportaciones deberían ser enormes, de decenas de millones de toneladas. Una reserva de 70 millones de toneladas costaría unos mil millones de euros al año. Pero hay otro problema, que es el que realmente las hace inviables: el grano hay que renovarlo cada pocos años, y al sacarlo al mercado, deprime los precios allá donde se pone en venta, creando problemas graves para los agricultores. Las reservas nacionales y regionales, que existen en muchos países, causan este problema en menor medida porque son más pequeñas, lo que las hace más manejables, pero menos capaces de responder a grandes desastres. ¿Cuál puede ser la solución?

Los denostados biocombustibles contribuyeron a la crisis alimentaria de 2008, pero podrían mitigar la próxima. Esto ya se propuso al final de la crisis pasada, pero no obtuvo mucha atención. El argumento es simple: si queremos precios de la comida estables, necesitamos un colchón capaz de amortiguar la variabilidad de la producción (y la distribución en este caso).

El primer productor de bioetanol es Estados Unidos, que dedica a ello el 40% de todo su maíz. Representa un 55% de la producción mundial de biocombustibles. El segundo productor es Brasil con un 27%, pero el bioetanol brasileño se fabrica a partir de caña de azúcar, por lo que no cuenta como reserva de grano de la que echar mano. La producción europea es testimonial, con sólo un 5%, fabricada en gran parte a partir de trigo.

La idea de utilizar el grano destinado a fabricar biocombustibles como colchón de seguridad fue propuesta en 2011 por varios economistas en sendos artículos (David Just y Harry de Gorter, Brian D. Wright y Anna Locke y Steve Wiggins). El resumen, inevitablemente simplificado, es que tiene que ser una medida de corto plazo (máximo seis meses), y en situaciones excepcionales (como la actual). Segundo, hay que verificar la calidad del grano para que sea adecuado para consumo humano (parte del grano utilizado para biocombustibles es de calidad inferior). Tercero, hay que destinar dinero para compensar a las fábricas del parón en la producción

La legislación debe incorporar mandatos flexibles para poder disminuir el porcentaje de etanol mezclado con la gasolina según las condiciones. Además, persisten algunas cuestiones que requieren más investigación: qué implicaciones tienen los cambios bruscos de porcentaje de etanol en refinerías y vehículos, cómo afectará a la ganadería, que dispondrá de menos subproductos para su alimentación, y si habría efectos negativos en el funcionamiento de la industria del etanol que no se han previsto.

La principal conclusión es que técnica y financieramente es viable. Finlandia acaba de hacerlo, reduciendo el porcentaje de etanol en la gasolina del 19,5% al 12%. Pero para llevarlo a cabo a gran escala hace falta coordinación internacional y voluntad política. Quizá esto último es lo más difícil de conseguir, pero no sorprende a nadie, ¿verdad?

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