Cómo arreglar el sistema alimentario en simples pasos, o no
Publiqué esto en El País hace algo más de un año. No ha perdido actualidad:
La agricultura es la causante de una cuarta parte del cambio climático. Además, por si fuera poco, el sistema alimentario ha mostrado su fragilidad con la guerra de Ucrania, que ha producido una subida de precios sin precedentes y que puede ser peor que la crisis alimentaria de 2008-2012. Esto se debe a una combinación de encarecimiento del gas, escasez de fertilizantes y la falta de acceso internacional al grano ruso y ucraniano.
¿Es posible construir un sistema alimentario capaz de resistir estos dos desafíos -la huella de carbono y la estabilidad-, pero que no consista en soluciones simples para problemas complejos?
Entre los sectores ideológicos -no hablo de los científicos- más preocupados por mitigar el cambio climático se suelen proponer recetas casi siempre parecidas, que acaban resultando peores que la enfermedad debido a ciertos sesgos, frecuentes a ambos lados del espectro ideológico . Uno de estos sesgos es que escuchamos a los expertos que coinciden con nuestras ideas, y tendemos a ignorar a los que no. Creemos a los expertos cuando nos dicen que el cambio climático tiene causas humanas, pero no les creemos cuando nos dicen que las soluciones que proponemos para resolverlo no sirven.
Cuando proponemos la agroecología para disminuir la huella de carbono, no tenemos en cuenta que sus rendimientos son menores comparados con la agricultura convencional. Menos rendimiento implica más necesidad de tierras para producir la misma cantidad de comida, lo que a su vez significa más deforestación.
Pero el mundo agroecológico es refractario a las evidencias y sus consecuencias. Cuando el presidente de Sri Lanka decidió hace un año prohibir la importación de fertilizantes y pesticidas, en ese momento parecía una gran idea. Un año después, al menos una parte de la multitud que asedia el palacio presidencial en estos días la componen agricultores iracundos. El país se enfrenta a un descenso brutal en los rendimientos, que ha significado una caída en las exportaciones de té que le ha costado al país 425 millones de dólares, y un déficit en la producción de arroz de un 20%, cuando siempre había sido autosuficiente.
¿Y si en vez de tomarse un año en reducir fertilizantes químicos, Sri Lanka se hubiera tomado diez? No hubiera funcionado tampoco. El problema es de dónde va a salir tanto nitrógeno, el elemento esencial para el crecimiento de las plantas junto con el fósforo y el potasio. En resumen, el balance de materia orgánica en el suelo es como el de una cuenta bancaria: equilibramos ingresos y egresos. Si llevamos años extrayendo nutrientes, para reponerlos hay que añadirlos otra vez, con el equivalente a aumentar un 75% la producción anual de fertilizantes nitrogenados. ¿De dónde va a salir tanto nitrógeno?
Otra receta nos dice que podemos disminuir la huella de carbono cambiando el consumo de alimentos importados por locales. ¿Es el transporte el causante de la mayor parte de la huella? Los datos de Ourworldindata.org, mi sitio de referencia para no quedar como un cuñado al emitir una opinión alimentaria, nos dicen que no. Lo importante no es de dónde es la comida, sino qué comemos. No se trata de sustituir carne de vacuno industrial por carne de vacuno ecológico y local. Se trata de comer menos carne de vacuno y lácteos del tipo que sea, lo que tu compromiso ideológico pueda soportar.
Por suerte, la izquierda tolera mejor que la derecha que le digan la verdad: que para conseguir los objetivos de cambio climático tendremos que cambiar nuestra forma de consumir. Lo que la izquierda no tolera tan bien es que le digan que para conseguir los objetivos de cambio climático tendremos que además que mejorar nuestros sesgos cognitivos. Una de las falacias en las que caemos con más facilidad es la llamada naturalista, por la cual pensamos que lo industrial es malo porque no es natural, y lo natural es bueno porque…, bueno, porque sí, que para eso se trata de un sesgo. Nuestro cerebro ha evolucionado para creerlo así, todavía no sabemos bien por qué.
Veamos el ejemplo de la pesca. Nos basta poner en un artículo agricultura o pesca “industriales” para que el cerebro actúe y piense: “malo”. ¿Es mejor la pesca artesanal que la industrial? Depende. La de proximidad tiene sus ventajas ecológicas: generan más empleo y se preocupan mucho más por la sobrepesca, porque no pueden ir a pescar a otro lado. Pero su huella de carbono es el doble de la de un arrastrero de altura, que emite mucho menos por Kg de pescado. (depende, también, de la especie pescada, la langosta gasta mucho combustible y la sardina muy poco). El problema de la pesca industrial es el manejo sostenible de los caladeros, no su huella de carbono.
¿Es mala la acuicultura porque es industrial? Su huella de carbono es sólo ligeramente superior a la de la pesca industrial, y muchísimo menor que la de la carne (ecológica o no). Es una manera eficiente de producir proteína. Lo importante es que no deforeste manglares.
Umberto Eco decía que hay problemas que tienen que resolverse demostrando que no tienen solución. La agricultura es uno de ellos. ¿Cómo se resuelve un problema sin solución? Haciendo gestión de daños, porque no podemos aspirar a más, mientras avanzamos en soluciones técnicas, pero también políticas y personales.
Pero para ello es importante que no seamos tecnófobos. No le echemos la culpa a la tecnología de no haber resuelto un problema sin solución. Usémosla para ir mejorando las cosas. Y antes de que salga el trol correspondiente a decir que me paga Monsanto, diré que estas opiniones, en el mundo de la cooperación para el desarrollo, no me han ayudado precisamente a hacer amigos. Lo mío es vocación.
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